Pesetas
de oro y plata.
-No
recuerdo exactamente si fue en el año de 1705 o de 1715, pero cuando se ha
vivido tanto como yo es comprensible las lagunas mentales que se presentan con
el incremento de la edad. Bueno, el punto de la historia que te estoy a punto
de narrar muchacho, no es otro además de que tu conozcas el secreto que me ha
dado a gozar, no años, siglos de sabiduría.
Verás,
hoy en día se considera de edad avanzada a las personas que tienen entre
setenta y cinco, y noventa años, y se considera a grandes vividores a los que
pasan de ésta última cifra, pues en realidad, mi historia comienza en Irlanda
del siglo XVIII, donde mi nombre anterior era McCarthy, James McCarthy, y
cuando yo descubrí este grandioso secreto, tenía alrededor de 15 o 16 años, que
debe ser más o menos la edad que tú tienes.
Yo
vivía en Dublín, cuando aún no era la gran ciudad que debe ser hoy en día, y
ahí tuve la oportunidad de conocer a uno de los hombres más sabios que hay en
este mundo, el que me transmitió la sabiduría que yo poseo ahora, y así como
él, ya me he cansado de llevar este secreto tanto tiempo, y es por eso que
necesito compartirlo con alguien, contigo.
Cerca
de mi casa, había un bar, en el que los hombres se juntaban regularmente a
beber, pero el espectáculo más impresionante, era un hombre, un vagabundo que
cada lunes entraba y se volvía la burla de todos; los hombres ponía dos pesetas
sobre la mesa, una de oro y una de plata, y le decían que podía tomar la que el
deseara. El vagabundo siempre tomaba la de plata, y pasaba a la siguiente mesa,
donde repetía sus acciones, y así sucesivamente hasta haber recorrido todas las
mesas; lógicamente se desataba un alboroto entre las burlas y gritos de los
hombres en contra del vagabundo al que todos creían un tonto, alguien incapaz
de reconocer que el oro era más valioso que la plata.
Cierta
noche, caí en ese bar por azares del destino, y cuando el vagabundo entró me
dispuse a ver el espectáculo para ver que tan tonto podía ser el hombre. Sin
embargo, cuando se encontraba en la última mesa, una vez se hubo dado la vuelta
para retirarse, uno de los hombres lo empujó y mientras se bajaba la cremallera
dijo algo así como: “Bebe vagabundo
idiota”. Me repugnó el asco que aquel desgraciado estaba dispuesto a
realizar, y rápidamente tomé mi tarro de cerveza y se lo lancé.
Para
mi beneficio ante los ojos del creador, y mi mala fortuna, el vagabundo pudo
retirarse sin más que un poco de tierra sobre sus hombros, y los demás hombre
pudieron usarme de saco de box, inodoro, escupidero y, si no es porque siempre
se me ha dado eso de correr rápido, hubiese sido comida de can.
Esa
noche, mientras me dirigía a mi casa, el vagabundo notó que mi estado no era el
mejor, y sonriéndome me dio un trago de vino, y me arrastró, hasta una derruida
choza en la que apenas se podía creer que alguien fuera capaz de vivir, contaba
con un catre, dos tarros y un plato muy viejos, tenía dos libros y una manta
del tamaño necesario para cubrir a un bebe.
Después
de conversar un rato con el hombre, noté que el era en realidad una persona muy
lúcida y que no pertenecía al selecto grupo de los que llamamos e identificamos
como “tontos”.
-Escuche,
sabe usted que el oro es más valioso que la plata, ¿por qué toma entonces usted
la peseta de plata?
-Pues
porque en el momento en que comience a tomar la peseta de oro, los “genios” de
ese bar, dejarán de regalarme dinero semanal, dinero gratis y fuente de mi
alimentación.
Después
de tal aclaración, comprendí que en la vida hay
más de lo que pensamos, y seguramente puse una cara de admiración tan
tremenda, que el hombre me miró fijamente y dijo:
-Muchacho,
¿puedes guardar un secreto?
Asentí.
-Entonces
toma. Éste es un anillo bendito, sacado del mismísimo Santo Grial por mí, uno
de los fundadores de los Caballeros Templarios, el que porta el anillo, posee
vida eterna, y ahora te pertenece.
Tan
pronto recibí el anillo, el hombre se transformó en una nube de polvo y
desapareció.
Ahora
con tanto tiempo y mi apariencia igual al día en que dejé de quitarme el
anillo, cuando tenía alrededor de treinta y cinco años, creó que permitiré que
el flujo del tiempo vuelva a tocarme, porque yo no lo he usado permanentemente,
creo que no envejeceré de golpe, pero aún si así fuese, creo que después de
tantos amores perdidos, los anhelos de formar una familia, y simplemente dejar
vivir mi vida, es por eso que pongo en ti mi confianza, porque quiero que tu
decidas el destino del anillo, a veces no todo lo que brilla es oro muchacho.
El
hombre se quitó el anillo, lo dejó en la mesa y se retiró caminando.
Lo
tomé, lo sostuve entre mis manos e inicié la búsqueda de todos aquellos
misterios que siguen sin resolverse en este mundo que nos rodea, el “Mounstro”
del Lago Ness, los Yetis del Himalaya,
el famoso Pie Grande, Dragones y criaturas mágicas, y ¿por qué no? Descubrir si
en verdad existe el amor eterno.