miércoles, 16 de mayo de 2012

Otra manera de contar la historia.


Pesetas de oro y plata.

-No recuerdo exactamente si fue en el año de 1705 o de 1715, pero cuando se ha vivido tanto como yo es comprensible las lagunas mentales que se presentan con el incremento de la edad. Bueno, el punto de la historia que te estoy a punto de narrar muchacho, no es otro además de que tu conozcas el secreto que me ha dado a gozar, no años, siglos de sabiduría.
Verás, hoy en día se considera de edad avanzada a las personas que tienen entre setenta y cinco, y noventa años, y se considera a grandes vividores a los que pasan de ésta última cifra, pues en realidad, mi historia comienza en Irlanda del siglo XVIII, donde mi nombre anterior era McCarthy, James McCarthy, y cuando yo descubrí este grandioso secreto, tenía alrededor de 15 o 16 años, que debe ser más o menos la edad que tú tienes.
Yo vivía en Dublín, cuando aún no era la gran ciudad que debe ser hoy en día, y ahí tuve la oportunidad de conocer a uno de los hombres más sabios que hay en este mundo, el que me transmitió la sabiduría que yo poseo ahora, y así como él, ya me he cansado de llevar este secreto tanto tiempo, y es por eso que necesito compartirlo con alguien, contigo.
Cerca de mi casa, había un bar, en el que los hombres se juntaban regularmente a beber, pero el espectáculo más impresionante, era un hombre, un vagabundo que cada lunes entraba y se volvía la burla de todos; los hombres ponía dos pesetas sobre la mesa, una de oro y una de plata, y le decían que podía tomar la que el deseara. El vagabundo siempre tomaba la de plata, y pasaba a la siguiente mesa, donde repetía sus acciones, y así sucesivamente hasta haber recorrido todas las mesas; lógicamente se desataba un alboroto entre las burlas y gritos de los hombres en contra del vagabundo al que todos creían un tonto, alguien incapaz de reconocer que el oro era más valioso que la plata.
Cierta noche, caí en ese bar por azares del destino, y cuando el vagabundo entró me dispuse a ver el espectáculo para ver que tan tonto podía ser el hombre. Sin embargo, cuando se encontraba en la última mesa, una vez se hubo dado la vuelta para retirarse, uno de los hombres lo empujó y mientras se bajaba la cremallera dijo algo así como: “Bebe vagabundo idiota”. Me repugnó el asco que aquel desgraciado estaba dispuesto a realizar, y rápidamente tomé mi tarro de cerveza y se lo lancé.
Para mi beneficio ante los ojos del creador, y mi mala fortuna, el vagabundo pudo retirarse sin más que un poco de tierra sobre sus hombros, y los demás hombre pudieron usarme de saco de box, inodoro, escupidero y, si no es porque siempre se me ha dado eso de correr rápido, hubiese sido comida de can.
Esa noche, mientras me dirigía a mi casa, el vagabundo notó que mi estado no era el mejor, y sonriéndome me dio un trago de vino, y me arrastró, hasta una derruida choza en la que apenas se podía creer que alguien fuera capaz de vivir, contaba con un catre, dos tarros y un plato muy viejos, tenía dos libros y una manta del tamaño necesario para cubrir a un bebe.
Después de conversar un rato con el hombre, noté que el era en realidad una persona muy lúcida y que no pertenecía al selecto grupo de los que llamamos e identificamos como “tontos”.
-Escuche, sabe usted que el oro es más valioso que la plata, ¿por qué toma entonces usted la peseta de plata?
-Pues porque en el momento en que comience a tomar la peseta de oro, los “genios” de ese bar, dejarán de regalarme dinero semanal, dinero gratis y fuente de mi alimentación.
Después de tal aclaración, comprendí que en la vida hay  más de lo que pensamos, y seguramente puse una cara de admiración tan tremenda, que el hombre me miró fijamente y dijo:
-Muchacho, ¿puedes guardar un secreto?
Asentí.
-Entonces toma. Éste es un anillo bendito, sacado del mismísimo Santo Grial por mí, uno de los fundadores de los Caballeros Templarios, el que porta el anillo, posee vida eterna, y ahora te pertenece.
Tan pronto recibí el anillo, el hombre se transformó en una nube de polvo y desapareció.
Ahora con tanto tiempo y mi apariencia igual al día en que dejé de quitarme el anillo, cuando tenía alrededor de treinta y cinco años, creó que permitiré que el flujo del tiempo vuelva a tocarme, porque yo no lo he usado permanentemente, creo que no envejeceré de golpe, pero aún si así fuese, creo que después de tantos amores perdidos, los anhelos de formar una familia, y simplemente dejar vivir mi vida, es por eso que pongo en ti mi confianza, porque quiero que tu decidas el destino del anillo, a veces no todo lo que brilla es oro muchacho.
El hombre se quitó el anillo, lo dejó en la mesa y se retiró caminando.
Lo tomé, lo sostuve entre mis manos e inicié la búsqueda de todos aquellos misterios que siguen sin resolverse en este mundo que nos rodea, el “Mounstro” del Lago Ness, los  Yetis del Himalaya, el famoso Pie Grande, Dragones y criaturas mágicas, y ¿por qué no? Descubrir si en verdad existe el amor eterno.

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